Tal conmemoración religiosa, la más importante de la cristiandad, se extiende desde el Domingo de Ramos hasta el Domingo de Resurrección, abarcando un periodo de ocho días, los que para efectos prácticos se reducen a los tres días feriados del holy weekend. Por definición, una “semana” es un conjunto de siete días (no de ocho ni de tres), de modo que en rigor la Semana Santa no es una semana.
Respecto a que no es santa, bueno eso ya resulta tan trivial que no requiere mayores explicaciones. Abundan los comentarios que destacan la evidente discrepancia entre el sentido de la conmemoración y las conductas de los llamados creyentes. También es común escuchar del comportamiento de muchos fieles de ocasión, particularmente el de reconocidos pecadores, avaros sin conciencia social ni remordimientos de ningún tipo, que con ademanes compungidos y rostros de mártir repletan las iglesias para recibir la comunión, en un acto de cinismo que sólo inspira enviarlos inmediatamente al cielo, mediante un contundente golpe en poco santa región de sus anatomías.
A mi entender la ocasión permite dividir a las personas en dos grupos mayoritarios. Por una parte, los afortunados que celebran paganamente haciendo de estos días una extensión de las vacaciones, acompañadas eso sí, de los más finos pescados y mariscos de la temporada. Por otra, aquellos sobrevivientes de marzo, que con escuálidos bolsillos no pueden celebrar de la misma forma, soportando estoica y dignamente la situación, o en otros casos, arrimándose al ritual sagrado y contentándose con quejarse de que la fecha está desvirtuada, que se ha perdido la fe, que la sociedad se ha olvidado de Dios y un trillón de etcéteras más, que invariablemente se repiten año tras año, tal como las películas en la TV.
Claro, antes que me crucifiquen, también hay que reconocer que existe un tercer grupo, pequeño y en progresiva disminución, conformado por creyentes verdaderos. Por fieles consecuentes con su fe y creencias, que en esta fecha acentúan la conducta que han exhibido durante todo el año y gran parte de sus vidas. No es necesario hacer una apología de ellos, pues su humildad y fortaleza espiritual hacen que no la necesiten.
No profesando creencia alguna, aunque respetándolas todas, no emitiré juicios sobre si los carretes y vacaciones de tales días tienen alguna relación con en el espíritu de recogimiento que promueve el cristianismo; Tampoco sobre los que crean que fue el conejo de pascua el que resucitó desde un huevo de chocolate, después de haber sido crucificado para limpiar los pecados de la humanidad. Mi aspiración es ser un poco más original y comentar la curiosa forma en que se determina la fecha de la Semana Santa. Apuesto a que no muchos saben como se hace, y si han leído hasta aquí, es porque esperan esa explicación. Pues es simple, allí va:
Lo que se determina es el domingo de resurrección, es decir el último día de la Semana Santa, y a partir de él quedan definidos los días restantes. El domingo de resurrección corresponde al domingo inmediatamente siguiente al primer plenilunio, posterior al equinoccio de primavera del hemisferio norte. Suena difícil pero es tan simple como el primer domingo después de la primera luna llena de otoño (otoño en el hemisferio Sur, obvio).
Los que no crean, que revisen los calendarios viejos para convencerse, yo ahora tengo que ir a comprar los huevitos de chocolate.